miércoles, 9 de febrero de 2011

[Ciro Gómez Leyva. La historia en breve] No estoy en Twitter (todavía)



Sé que a estas alturas debe ser un error no estar, pero sigo sin estar en Twitter. Quiero aclararlo porque ayer fue uno de esos días raros que cada tanto nos reserva el periodismo.

Hay una falsa cuenta a nombre de @cirogomez, que anoche tenía 13 mil 995 seguidores, seguía a uno y de donde ha salido un tweet. No es mía. No tengo cuenta. Jamás he tweeteado.

Mis amigos twitteros me dijeron a mediodía que el artículo de ayer en MILENIO, “El cuento del alcoholismo del presidente Calderón”, era un trend topic (de los más comentados). Y no supe qué hacer. Debo aceptar que fue la primera vez que sentí ganas de meterme en ese callejón entre luminoso y oscuro que es Twitter.

Quería pelear, por ejemplo, con @hochi_acevedo, que escribió: “Ciro Gómez Leyva no se la mama a Calderón porque tiene la boca muy ocupada diciendo mentiras”.

Y acompañar in situ a, por ejemplo, @Jonhatan_Mora, por este tweet: “Ciro Gómez Leyva crucificado por defender la premisa más básica: sin fuente no hay periodismo”.

Pero en la noche ya no estaba tan animado. Con el privilegio de tener espacios en radio, televisión y prensa escrita, ¿qué necesidad hay de enredarse en ese torbellino de pasiones, donde la mayor parte de los remitentes son anónimos y no asumen el mínimo riesgo? En cambio los periodistas, aun en Twitter, deben ser precisos o pagar caro. Vean el caso Pepe Cárdenas-Diego Fernández de Cevallos.

Como sea, pienso pedirles a mis asesores adolescentes que el fin de semana terminen de introducirme en los secretos esenciales de Twitter. Creo que es hora de entrar al callejón.

De ponerle baterías a la linterna y afilar la navaja.

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