lunes, 14 de febrero de 2011

[Héctor Aguilar Camín. Día con día] Las Patronas



Hay esa epopeya invisible, silenciosa, fundamentalmente desconocida, de la migración al norte. La han emprendido y logrado 11 millones de mexicanos que hoy viven y trabajan ilegalmente al otro lado. Enviaron el año pasado 19 mil millones de dólares a sus familiares.

Lo que solemos saber por los medios de ese éxodo son las desgracias: los muertos en el desierto, los deportados de mala manera por las policías fronterizas del otro lado, los que se quedan de éste sin saber qué hacer y terminan enganchados en el crimen.

La violencia ha echado luz sobre un afluente fraterno de nuestro gran río migratorio: los miles de centroamericanos que cruzan México rumbo al norte y son maltratados, extorsionados, a veces muertos aquí, de una manera que no sólo nos avergüenza, sino que desautoriza moralmente nuestras quejas sobre el trato que se da a los mexicanos en Estados Unidos.

En ese habitual paisaje de desgracia y violencia, Joaquín López-Dóriga y su reportera Guadalupe Madrigal han encontrado un ángulo distinto de la epopeya, acaso más profundo y desde luego más revelador que la sola consignación de las desgracias.

Joaquín ha puesto ante nuestra mirada un conmovedor espectáculo de solidaridad horizontal, a ras de tierra, de pobre a pobre. Es la historia de las mujeres de un pueblo, cercano a la ciudad de Córdoba en Veracruz, que desde hace varios años esperan el paso de un tren cargado de migrantes centroamericanos, para echarles al vuelo bolsas con comida, agua o fruta, que ellas guisan, envasan o recolectan, en medio de sus carencias, para hacer menos duras las carencias de esos otros que viajan escondidos a la luz del día, en los techos de los furgones del ferrocarril, o en su interior, guindados de escaleras y salientes, ostensiblemente tolerados, en otra vertiente de la solidaridad, por conductores e inspectores del caballo de acero.(…)

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