lunes, 14 de febrero de 2011

[Leo Zuckermann. Juegos de poder] Del formalismo a la guasa



Una de las cosas que más me chocaba de las épocas del autoritarismo priista era el exceso del formalismo en la política. Me daba flojera tanta floritura. En los eventos públicos, por ejemplo, la presentación de los presídiums podía tomar más de media hora. O, cuando un político se refería a otro, las fórmulas eran larguísimas: “Mi amigo y colega, el señor licenciado Fulanito de Tal, presidente de la Comisión de Transporte de la Cámara de Diputados del Honorable Congreso de la Unión, mexicano probo y revolucionario intachable, etcétera, etcétera”. Las sesiones del Poder Legislativo eran aburridísimas: se cantaba el Himno Nacional, se guardaban minutos de silencio por revolucionarios fallecidos, se leían minutas que no decían nada y, desde luego, se alababa la figura del señor Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, el licenciado, blablablá.

Por fortuna, el largo proceso de democratización fue minando el exceso de formalismo en la política mexicana. La llegada de un ranchero campechano e informal como Vicente Fox a la Presidencia hizo que el péndulo definitivamente se moviera hacia el otro lado. Se desvirtuaron las formas como un elemento indispensable y civilizador de la convivencia política. Del exceso de formalismo pasamos a la guasa.

Nada representa mejor la pérdida de las formas que lo que está ocurriendo en la Cámara de Diputados. Uno de sus miembros —de lo peor que ha producido la política mexicana en los últimos lustros— se ha empeñado en reventar las sesiones desde que comenzó el último periodo ordinario. Se sube a la tribuna, cuelga mantas ofensivas, insulta, escupe, enseña sus dientes y promete, muy macho, que le va a romper el hocico a sus adversarios. Los medios de comunicación, fascinados por el lamentable espectáculo, reportan el sainete de cada día del payaso del Congreso. De esta forma, transitamos de una Cámara de Diputados que parecía una acartonada versión del Soviet Supremo a una que semeja un circo de payasos vergonzosos. (…)

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