lunes, 31 de enero de 2011

[Julio Hernández López. Astillero] Ganó el PRI



  • Marcelo y alianzas, fortalecidos
  • Aguirre, afectos copetones
  • Un año de Villas de Salvárcar


Con el triunfo electoral de Ángel Aguirre Rivero, los ganadores inmediatos serían, en lo local, el bando priísta escindido y confrontado con el figueroísmo que impuso e impulsó a Manuel Añorve, y, en lo nacional, Marcelo Ebrard (que así estaría rebasando a López Obrador por la derecha); Manuel Camacho (que estaría en condiciones de seguir adelante con el proceso de las alianzas entre PRD y PAN, con la vista puesta en 2012 y su pupilo Marcelo); Jesús Ortega (que podría transitar con menos presión rumbo a su salida de la presidencia del sol azteca); los Chuchos en general (Guadalupe Acosta Naranjo sería el esbozo de factura en Nayarit, en busca de la primera gubernatura chucha); las alianzas antitéticas perreánicas (que así estarían en condiciones de buscar declinaciones en Baja California Sur y con alforjas llenas empujarían a repetir el numerito exitoso en el estado de México, con o sin Alejandro Encinas, quien es semichucho y semipeje), y el principal promotor y ejecutor de esas alianzas, Felipe Calderón (que estaría acotando a López Obrador, cerrando cumplidamente tratos con Ebrard y, al demostrar la vulnerabilidad del PRI, desmitificando el presunto paso arrasador de Peña Nieto).

Las tempranas y sostenidas apariencias de triunfo electoral de Ángel Aguirre Rivero fueron apuntaladas por los resultados preliminares, las encuestas conocidas (en especial la de Consulta Mitofsky), los encabezados informativos en Internet, el ambiente político en Guerrero y hasta el aspecto escenográfico con que los candidatos aparecieron tras el cierre de casillas (Añorve, sin un solo peso pesado; Aguirre, rodeado de sus promotores nacionales). 

Esa victoria provendría de una insólita coincidencia electoral de izquierdas (la de los Chuchos, los Marcelos, las Corichis-Amalias y otros grupos menores, más los partidos que aparentemente se mueven bajo instrucciones directas de AMLO en estos menesteres, como son el del Trabajo y Convergencia) y de derechas (el panismo guerrerense, apenas simbólico pero originalmente reacio a sumarse a una alianza de facto, y el calderonismo que ordenó la declinación del ínfimo candidato Marcos Parra, la filtración de expedientes de narcotráfico contra Añorve y la aparición del demeritado César Nava para confirmar el triunfo de Aguirre), lo que produjo el prodigio de llevar por segunda vez a la gubernatura a un priísta que nunca se deslindó de su pasado oscuro, represivo y corrupto –según acusaciones que en su primer mandato le hacían militantes y dirigentes de los principales partidos que ahora lo postularon–, ni presentó ninguna propuesta verdadera de cambio profundo.(…)

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