martes, 2 de agosto de 2011

Leo Zuckermann. Juegos de poder. [Díaz Ordaz y Echeverría se equivocaron]


Durante las épocas del México autoritario se generó un equilibrio que sirvió de mucho para el régimen político: las autoridades civiles no se metían con las Fuerzas Armadas y éstas no se involucraban en la política. Los gobiernos priistas permitieron que el Ejército y la Marina Armada fueran dos feudos intocables. Dentro de su ámbito, los militares podían hacer y deshacer a su antojo. 

Manejaban sus presupuestos como les diera la gana y tenían sus propios códigos de conducta y justicia. Muy poco sabíamos los civiles de lo que pasaba dentro de los cuarteles. Esta independencia y autonomía tenía una condición: los soldados no debían participar en la política y tenían que ser leales a su comandante en jefe: el Presidente de la República. La regla, en suma, era “yo te dejo hacer mientras tú no te metas en la política”. Y sirvió. Lo cual no fue poca cosa. A diferencia de otras naciones latinoamericanas, el Ejército no fue un factor fundamental en la política. Aquí, por fortuna, no hubo cuartelazos o golpes de Estado.

Esto no quiere decir que los políticos civiles en ocasiones utilizaran a las Fuerzas Armadas para tratar de resolver conflictos sociales. Fue un error. Tanto la represión de estudiantes en 1968 como la guerra en contra de las guerrillas rurales y urbanas de los años setenta. Ambas acciones, a la postre, tuvieron consecuencias negativas tanto para los civiles que ordenaron los operativos como para los militares que los ejecutaron.

En cuanto al movimiento estudiantil de 1968, el régimen autoritario no quiso abrirse ni un milímetro para negociar con estudiantes que tenían un pliego petitorio razonable. Díaz Ordaz y Echeverría se equivocaron. Les dio miedo verse débiles, creyeron que el comunismo estaba a la vuelta de la esquina y, presionados por las Olimpiadas que venían, les echaron bala a los estudiantes. Esta acción significó el principio del fin del régimen autoritario.

En el caso de las guerrillas de los setenta, el Estado no tenía otra institución para enfrentar este problema más que el Ejército. No había cuerpos policiacos que enfrentaran a revolucionarios respetando sus derechos humanos. Poco sabemos, en realidad, de lo ocurrido esos años. Lo que conocemos es que hubo muertos y heridos de ambos lados y muchos desaparecidos.(…)

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