jueves, 28 de abril de 2011

Pluralidad, democracia y desigualdad



El Universal
Género: Opinión
Publicación: 28  de abril de 2011
Autor: Luis Maldonado Venegas

La democracia presupone un fundamento sine qua non: la libertad. Alexis de Tocqueville consideraba a la democracia como el sistema de gobierno más afín a la naturaleza humana, precisamente por la libertad. Sin ella no hay vida democrática.
Pero la libertad no puede ser un concepto universal pleno en una sociedad con marcada desigualdad social. Es decir, en México y en el mundo entero la libertad de un jefe de Estado, un empresario próspero o un científico no es la misma libertad de que disfruta un indígena, un campesino o la obrera de una maquiladora.
Casi 110 millones de mexicanos somos parte de una sociedad plural, multiétnica y muy desigual. Tenemos aproximadamente 60 etnias indígenas distintas, y otras tantas lenguas agrupadas en cinco grandes troncos lingüísticos, según el Instituto Nacional Indigenista (INI). En torno a esas lenguas hay alrededor de 78 dialectos.
El Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) nos dice que en México hay unos 8 millones y medio de indígenas, aunque de acuerdo con datos del INI y del Consejo Nacional de Población (Conapo) el número rebasa con creces los 12 millones.
Además, tenemos a más de la mitad de la población mexicana en condiciones de pobreza y rezago social, con profundas diferencias patrimoniales, así como en materia de alimentación, educación y cultura.
Hay quienes sostienen que la democracia reconoce estos rasgos de pluralidad en toda sociedad y que, no obstante las diferencias, esta pluralidad enriquece e impulsa el avance de cualquier comunidad.
Pero hay factores de profunda desigualdad que difícilmente pueden favorecer el desarrollo. El agua potable, por ejemplo. En tanto, la Comisión Nacional del Agua (Conagua) señala que hay nueve millones de mexicanos sin acceso al líquido, la Comisión de Recursos Hidráulicos de la Cámara de Diputados refiere que son alrededor de 20 millones los connacionales que no disponen de ese vital recurso. El caso es que son millones los mexicanos que no tienen agua potable (ni, por cierto, vivienda digna).
Es cierto que la tolerancia y el respeto a la ley coadyuvan para sobrellevar las desigualdades de nuestra pluralidad. Pero hay otro indicador que arroja luz sobre el problema: la pobreza y la marginación se vinculan, en términos generales, con la falta de oportunidades educativas. Cerca de 10 millones de mexicanos no han concluido la primaria y 17 millones la secundaria; seis millones son analfabetas, que en su mayoría tienen más de 40 años de edad. Solamente 2.4 millones de jóvenes, de un total de 11 millones, tienen acceso a la educación superior. Sobra señalar que estas cifras son también indicadores, causa y consecuencia si se quiere, de la desigualdad social.
Estas diferencias constituyen el desafío. En la educación está sin duda una poderosa herramienta para atemperar la desigualdad y darle sentido al disfrute pleno de la libertad en nuestra democracia.

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