GUERRERO dejó varias lecciones para la clase política mexicana. El virtual ganador del proceso, el aliancista Ángel Heladio Aguirre Rivero, fue un candidato poco consistente, con una trayectoria debatible, producto del mismo sistema al que ofrece ahora que combatirá, lo que está por verse.
El gobernador saliente, el perredista Zeferino Torreblanca, es uno de los peores mandatarios que haya conocido el estado —lo que ya es decir—; un personaje que dejó desplomar los principales indicadores de salud, seguridad y bienestar de sus conciudadanos. ¿Fue entonces no una contienda entre personajes locales, sino una batalla de gladiadores, entre Marcelo Ebrard y Enrique Peña Nieto, donde se le debe anotar un tanto al primero, mientras que el otro registra una derrota? No tan rápido, quizá.
EL COORDINADOR priísta del Senado, Manlio Fabio Beltrones, determinó dar la cara ayer en Guerrero, dentro de un contexto que se anticipaba adverso. Incluso quiso hacer ostentosa su presencia, pues acompañó a su correligionario y amigo Manuel Añorve a votar. ¿Intentaba sólo enaltecer la amistad en política, o quiso enviar el mensaje de que otros líderes del Institucional no se comprometieron justo en el momento en que quien busque la candidatura presidencial debe hacer amarres y pactos con su palabra de por medio?
EN EL PRD el avance de Ebrard parece doble, pues no sólo se echó sobre las espaldas la campaña de Aguirre Rivero, sino que lo hizo a contrapelo de Andrés Manuel López Obrador, quien no veía —y con razón— en el candidato aliancista más que a un personaje imposible de ser presentado como un renovador político. Y del PAN, mejor ni hablar. Su único logro fue frenar aparentemente una carta de Peña Nieto, aunque no esté del todo claro que así fuera. (…)
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