lunes, 31 de enero de 2011

[Héctor Aguilar Camín. Día con día] El dilema moral tras el mundo árabe



En un primer impulso la opinión mundial ha recibido con simpatía, si no con júbilo, el río de la protesta que sacude al mundo árabe, pródigo en gobiernos autoritarios, cuya brutalidad policiaca corre pareja sólo con su corrupción.

Primero en el Túnez de Ben Ali, ahora en el Egipto de Mubarak, mañana, posiblemente, en otros Estados del mundo árabe.

“Divididos sin esperanza por las más elementales lealtades religiosas y de clan”, escribe Antonhy Shadid en The New York Times, “los Estados árabes lucen exhaustos, fosilizados y en bancarrota ideológica, sobreviviendo sólo para perpetuarse” (“In Peril: The Arab Status Quo”, 30/1/11).

De Estados tan débiles, con tantas tensiones irreconciliables en su seno, no puede esperarse sino una estabilidad precaria (la que hay), una refundación autoritaria (Irán) o una fragmentación catastrófica.
“Lo que estamos presenciando es el colapso del mundo árabe”, escribe Alafad el Chalak, citado por Shadid, en su columna del diario izquierdista de Beirut As Safir:

“Adonde volteamos en el mundo árabe vemos guerras. Guerras civiles, guerras entre etnias, guerras entre sectas. Guerras entre etnias y sectas, y guerras entre autoridades, sectas, etnias y pobres. Guerras de un mundo que no tiene élites ni lideratos con estrategias y tácticas salvadoras. Por tanto, lo que quizá veamos en el mundo árabe, en los años y décadas por venir, será devastación, destrucción y muerte”.

El punto de llegada de la protesta democrática que sacude al mundo árabe podría no ser la democracia, el fin de los gobiernos autoritarios y corruptos, sino la inestabilidad catastrófica, una de cuyas vertientes sería el triunfo político del integrismo islámico que, como demuestra el caso de Irán, no representa un triunfo para la democracia.

Por ejemplo: no hay actor político mejor organizado en Egipto, luego del gobierno que se tambalea, que los Hermanos Musulmanes. Las mezquitas han ocupado el lugar prohibido a los partidos y las organizaciones de la sociedad civil. Pero no son los templos de la democracia sino del fundamentalismo.

El dilema moral se instala con la fuerza de siempre. ¿Qué es lo mejor para el mundo árabe: la estabilidad corrupta y dictatorial de ahora o el cambio de la protesta democrática, probablemente fundamentalista, sectaria y violenta de mañana?

He aquí la ley dura de la historia: no suele elegirse entre el bien y el mal, sino entre males menores y peores.

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