Termina hoy la campaña para la elección de gobernador en Guerrero, que ha servido, entre otras cosas, para medir hasta dónde está dispuesta a llegar la alianza de Los Chuchos (bien definida la alineación básica: Ortega, Navarrete, Zambrano, Acosta, Hortensia y Graco) y Marcelo Ebrard para hacerse del poder.
De los pocos mitos fundacionales del PRD que pervivían, Ángel Aguirre, priista histórico y hoy candidato del partido, era parte sustancial en dos: la represión de militantes en Guerrero en la primera mitad de los 90 y la matanza de campesinos en Aguas Blancas en 1995.
Aguirre es la viruela de la metralla en Guerrero.
Hoy sabemos que si para ganar Los Chuchos y Ebrard necesitan echar mano de Montiel, Madrazo o los hermanos Salinas de Gortari, lo harán. ¿Qué diferencia hay entre esos tres apellidos y el candidato por el que llaman a votar el domingo?
Por eso es tan sobresaliente la distancia radical que tomó Alejandro Encinas. Al rechazar las invitaciones para posar con Aguirre hizo ver que hay cegueras que hacen historias. Y que el Palacio de Gobierno de Chilpancingo no vale lo que va a costar.
¿A qué nuevos votantes progresistas entusiasmará un partido que actúa como el PRD en Guerrero? Tarde o temprano, para ellos será más atractivo apoyar a quien, como Encinas, mantuvo la memoria en tiempos de canallas.
Es imperdonable que un partido que ganó la entidad en 2005 le entregue el bastón de mando al sucesor de Rubén Figueroa. Guerrero acredita que este PRD inmoderado, egoísta, no está dotado para la reproducción ni la grandeza.
Felicidades por sus 6 puntos de ventaja en las encuestas. Felicidades por la declinación de última hora del candidato del PAN. Que con su Aguirre se lo coman.
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