El Universal
Sección: Editorial
Género: Opinión
Publicación: 20 de enero de 2010.
Autor: Luis Maldonado Venegas
Conocido por sus libros en materia de estrategia, poder, sexo y seducción, el sicólogo y escritor estadounidense Robert Greene cobró mayor celebridad cuando publicó en 1998 Las 48 Leyes del Poder, texto amoral señalado por numerosos críticos como un compendio de las artes del engaño.
El libro, dedicado a "quienes quieran obtener poder, observar el poder o armarse contra el poder", ofrece a los lectores en cada una de las exposiciones de sus leyes, salpicadas de ejemplos y anécdotas de autores universales, lo que Greene llama “criterio”.
Por ejemplo, el enunciado de la Ley número 27 es: “Juegue con la necesidad de la gente, de tener fe en algo, para conseguir seguidores incondicionales”.
¿Por qué? Porque la gente (dice el “criterio” de esta ley), tiene una necesidad irrefrenable de creer en algo. Inclusive sugiere: “Conviértase en el centro focalizador de esa necesidad, ofreciéndoles una causa o una nueva convicción a la que adherirse. Formúlela en términos vagos pero pletóricos de promesas. Enfatice el entusiasmo por sobre el pensamiento claro y racional. Dé a sus nuevos discípulos rituales que realizar y exíjales sacrificios. Ante la ausencia de una religión organizada y grandes causas en las que puedan creer, su nuevo sistema de convicciones le conferirá un poder inaudito”.
Pero en la Ley número 4: “Diga siempre menos de lo necesario”, Greene parece ofrecer la antítesis de la Ley 27. Ejemplifica con la historia de Cayo Marcio Coriolano, legendario militar romano del siglo V a.C., cuya vida y muerte describe Plutarco en “Vidas Paralelas” aunque William Shakespeare fue quien le dio celebridad en una obra del mismo nombre.
Coriolano había conquistado admiración y respeto por su valor y sus triunfos en los campos de batalla, méritos que lo animaron a ingresar a la política. Pero, según el relato de Plutarco, no obstante la naturaleza arrojada y animosa del afamado militar, era también “vehemente e irreductible en la ira”. Por añadidura, cometió un error: se acercó a la aristocracia y a los patricios, se alejó de la plebe e incluso, durante una crisis, reprobó el éxito de sus negociaciones con el poder en demanda de apoyo para enfrentar carestía y desabasto de alimentos, al grado de oponerse a la disminución de precios.
Dice Plutarco: “No estaba contento Marcio con el ventajoso partido que había sacado la plebe, habiendo tenido que ceder la aristocracia”. Y señala el texto de Robert Greene: “de pronto ya no era en absoluto lo que la gente había imaginado. La discrepancia entre la leyenda y la realidad resultó una enorme desilusión para quienes querían creer en su héroe. Cuanto más hablaba Coriolano, tanto menos poderoso se le veía”.
Llegado el día de la votación para elegir cónsul, Cayo Marcio Coriolano se presentó en la plaza pública acompañado por el Senado en pleno, rodeado de patricios que pugnaban por estar cerca de él, pero fue desairado por el pueblo y se le condenó al destierro perpetuo. Murió ejecutado por los Volscos, enemigos de Roma, acusado de traición.
En el curso del relato, Plutarco evoca a Platón: “Al que ha de tomar parte en los negocios públicos y conversar sobre ellos con otros hombres, le conviene ante todo huir de la arrogancia, compañera inseparable del aislamiento y abrazar la paciencia”.
luismaldonado@senado.gob.mx
Coordinador de Convergencia en el Senado.
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