- Gerente del sexenio
- Fan se SuperFeli
- Adiós a don Samuel
- Sicarios electorales
La encargada de relaciones públicas de la Blanca Casa matriz entregó ayer un diploma verbal de reconocimiento a quien se ha ganado en la sucursal mexicana el título de Gerente del Sexenio, el especialista en guerras que acaban siendo luchas en superlibre, Felipe Calderón, también conocido como El Licenciado. Además, para incentivar la productividad de la plantilla local, la supervisora Clinton extendió un cheque, provisionalmente de utilería, por 500 millones de dólares para que los empleados nativos puedan desarrollar el libreto de intervencionismo alegremente permitido (en realidad, anhelado) por el feliPato, que se denomina Iniciativa Mérida pero que desde siempre se ha sabido que es una nueva versión de la historia original de El Caballo de Troya.
Hillary, quien practicó el don de lenguas (malpensados, absténganse de inferencias becarias) al convertir en palabrería elogiosa y épica el idioma de sangre y dolor que ha impuesto Calderón como oficial en todo el país. Glosolalia divina, virtual trance religioso, que permitió a la poseída secretaria de Estado declararse fan del curandero mexicano, Felipe de Los Pinos (lo cura todo armado de fuego), y elogiar sus varios hechos prodigiosos, su valentía blindada, su preclara visión que por pura coincidencia es la misma que los gringos desean (¡milagro, milagro!): Gran Felipe Guerrero, al que aplaude la taimada señora Clinton, quien suele cegar con ditirambos a los que luego caen en las trampas sembradas bajo los tapancos de las ceremonias pomposas.
No le queda de otra al SuperFeli más que seguir adelante y no detenerse, pero cuenta con todo el apoyo del gobierno estadunidense, dice la actoralmente emocionada Hillary (feliz también está El Licenciado, pues con la alharaca clintoniana ve temporalmente superado el trago amargo de que Wikileaks lo haya balconeado como solicitante de ayuda gringa para pacificar una plaza hirviente y aparentar que algunos logros se alcanzaban; por fortuna, Janet de Habsburgo no aceptó la corona de Ciudad Juárez).
Reunido con un segmento escogido de la comunidad libanesa, el objeto de las alabanzas envenenadas filosofaba sobre la improcedencia de las viejas ideas, ideas añejas, obsoletas, que han mostrado su daño, en la que se piensa que lo correcto o lo conveniente es simplemente engañar o transar o debilitar, precisamente, los valores que forman a cualquier sociedad. (…)
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