En la vida, unos reculan, otros arrean, y así se la llevan. Florestán
Yo, la verdad, nunca había visto tan entusiasmado a César Nava como ahora que anda aliado con el PRD de Jesús Ortega.
El dirigente panista sufre una especie de síndrome de Estocolmo, admiración por su secuestrador, o el de Zelig, que se transforma en cualquier otro para complacer a su interlocutor, Ortega.
Este no es el César Nava de la campaña presidencial de Felipe Calderón que tenía como prioridad impedir que el candidato del PRD, Andrés Manuel López Obrador, ganara las elecciones; tampoco es el que participaba en el cuarto de guerra como el más duro contra el perredismo y que salía a responder la menor insinuación del lopezobradorismo.
Mucho menos el discretísimo secretario particular del Presidente de la República, ni siquiera el candidato a diputado por el distrito XV del Distrito Federal, ni el presidente del PAN al que no le concedían la menor oportunidad de ganar una sola gubernatura, como hasta Vicente Fox se lo auguró.
Y no fueron las alianzas PAN-PRD en campaña las que lo levantaron, sino sus resultados en Oaxaca, Puebla y Sinaloa, que lo renovaron al punto maquillar la pérdida de dos gobiernos panistas, Aguascalientes y Tlaxcala, y todo en Baja California.
Esos triunfos, sobre todo en Oaxaca y Puebla, lo convirtieron en un dirigente viable y capaz de pactar con sus enemigos orgánicos, partiendo de que el fin justifica los medios, y contradecir al mismo Presidente de la República, al afirmar, agraviado, que habrá diálogo sólo si el PRI reconoce las derrotas, en Veracruz y Durango, mientras el Presidente recibía a priistas, llamando al diálogo y a los acuerdos a partir de que la jornada electoral quedó atrás.
Lo que no sé es si anda por la libre o es parte de una estrategia de Los Pinos en la que uno es el policía bueno que llama a la mesa, y el otro es el malo que tira los platos.
Y de pilón, la salida de Fernando Gómez Mont, que al romper con su partido, había roto con Nava.
Hay días así. (…)
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