martes, 11 de octubre de 2011

Julio Hernández López. Astillero [Maquila política]


  • ¿Coalición? ¡Alianza!
  • Beltrones encarece
  • ¡Juicio a Calderón!

Sin viabilidad para que luego de las elecciones federales del año que entra sea aplicada tal cual ahora se propone, la fluorescente tesis de los gobiernos de coalición acaba siendo una maniobra con sentido electoral inmediato, es decir, una variante mejor elaborada del modelo de pragmatismo extremo que PAN y PRD compartieron en varios estados del país durante comicios locales recientes.

No hay tiempo ni condiciones para que la mencionada tesis alcance forma jurídica y obligatoriedad (ni las cámaras del Congreso ni las bancadas partidistas pueden aún ponerse de acuerdo en los términos de una miscelánea de reformismo político planteada mucho tiempo atrás; menos lo harán ahora que todo está contaminado del interés electoral 2012), pero sí abona notablemente el surco del aliancismo en el que tanto han trabajado Felipe Calderón (como promotor fundamental sin el que nada habría avanzado), Manuel Camacho Solís (como principal operador), Marcelo Ebrard (como presunto beneficiario inmediato), la corriente de Los Chuchos (incesantes promotores del colaboracionismo con Calderón) y ahora, entre otros, dos aspirantes a la candidatura presidencial que están en desventaja en los procesos de sus propios partidos, el calculadamente modernizador Manlio Fabio Beltrones y el indeseado por Los Pinos, Santiago Creel.

El coalicionismo es la etapa superior del aliancismo y pretende someter las naturales discordancias que se producen en el actual sistema político (no por razones de forma, sino de fondo) a una forma elegante de maquila que envase y etiquete la pluralidad y su consecuente expresión diversa para ser presentadas en versiones modernas. 

No se busca corregir a fondo el funcionamiento de un sistema evidenciado en su ineficacia constante, sino dar viabilidad a los proyectos considerados por las élites como buenos y necesarios. Las mayorías populares, relegadas hasta ahora a nichos de representación institucional minoritaria, habrían de ver, en este esquema de la conciliación, que las batallas legislativas, políticas y sociales no atendidas ni satisfechas en los espacios tradicionales de poder deberían someterse a reglas derivadas de convenios entre las cúpulas.(…)

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