Hace unos dos años, cuando todavía era gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto informó que sólo en su entidad, había entonces unas 19 mil jovencitas de entre 13 y 19 años que estaban embarazadas producto de una violación. A esas jóvenes se las apoyaba con una despensa. Recuerdo que aquí, en aquella ocasión nos preguntábamos cuántas de esas jovencitas, si hubieran tenido la oportunidad y se les hubiera ofrecido la opción, hubieran preferido no tener un hijo producto de una violación en lugar de recibir una despensa.
La reflexión viene a cuento por el debate que se ha librado en la Suprema Corte de Justicia de la Nación respecto a las leyes antiaborto de los estados de Baja California y San Luis Potosí, que lo prohíben bajo cualquier circunstancia, incluida por supuesto la violación. En el fondo del asunto, por lo menos en términos legales, lo que realmente se está debatiendo es el momento de la concepción y, por ende, el derecho del no nacido respecto al de la mujer el de la madre. En ese debate siempre chocan visiones religiosas y científicas divergentes y, por ende, el derecho de la mujer respecto a los derechos del embrión.
A pesar de lo que dicen ciertos personajes, no conozco a nadie pro aborto, como no conozco a nadie pro masectomía, pero sí a grupos religiosos que han decidido no comer carne de cerdo o no recibir transfusiones de sangre bajo ninguna circunstancia. Están en su derecho, pero no son leyes del hombre, sino desde su convicción de Dios. Lo que sí sé y estoy convencido de ello es que miles de mujeres recurren a abortos clandestinos, donde está en peligro su vida, para acabar con un embarazo no deseado. Y también sé que hay miles de mujeres que jamás, bajo ninguna causa, recurrirían a un aborto simplemente por sus convicciones religiosas. Y las dos tienen los mismos derechos.(…)
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