Cuando la ola de los indignados cruzó el Atlántico y rodeó Wall Street adquirió un acento que no tenía: el del repudio a la riqueza fruto del abuso y la complicidad política.
El tema de la desigualdad saltó al escenario porque las diferencias de ingreso y fortuna empezaron a parecer a muchos estadunidenses éticamente inaceptables, fruto no del mérito, sino de la trampa.
En general, la desigualdad ha sido vista en la cultura estadunidense como una expresión de la desigualdad intrínseca de los méritos: unos ganan más que otros porque lo merecen.
Pero la desigualdad se ha hecho ilegítima bajo el lente de aumento de Wall Street, cuya codicia corsaria fue el origen de la crisis mundial y, con ella, del desempleo y el empobrecimiento de muchos.
La desigualdad es un fenómeno más visible cada vez tanto en Estados Unidos como en el mundo desarrollado.
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