lunes, 12 de septiembre de 2011

Héctor Aguilar Camín. Día con día [Lo que Estados Unidos perdió con el 11 de septiembre]



En la cascada de evocaciones y diagnósticos sobre lo mucho que cambió al mundo el 11 de septiembre, abundan el entendible tremendismo sentimental y la contemplación etnocéntrica de la desgracia americana.

No es el caso de la mirada de Anne Applebaum, gran historiadora del Gulag soviético, que escribe cada semana una columna de asuntos internacionales en The Washington Post.

Ahí publicó el 2 de septiembre pasado sus consideraciones, puntuales y penetrantes, sobre cómo el 11 de septiembre puso fin abrupto a la era de la posguerra fría, esos años que van de la caída del Muro de Berlín a la caída del World Trade Center, y dio instantáneo inicio a la era de la guerra global contra el terrorismo.

El presidente Bush y la sociedad estadunidense leyeron aquel ataque como una redefinición de los enemigos y las prioridades de Washington frente a su propio país y frente al mundo.

La palabra seguridad lo cubrió todo, y Estados Unidos actuó en consecuencia, definiendo sus aliados y sus enemigos por su posición respecto del terrorismo islámico, y convirtiendo la prevención de los atentados y la persecución de las redes jihadistas en objetivo central, si no único, de su política exterior y de su política interna.

Bajo ningún criterio puede decirse que la guerra haya sido un fracaso, Al Qaeda ha sido golpeada en todos sus refugios, sus principales líderes han sido muertos, su potencial de terror global, o en suelo americano, se ha reducido considerablemente.

Pero la obsesión por Al Qaeda pospuso la atención de realidades más profundas y de mayor importancia estratégica que la guerra contra el terror.  (…)

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