miércoles, 21 de septiembre de 2011

Leo Zuckermann. Juegos de poder. [Repito: me enferma la reforma del Estado ]


Me parece increíble que retorne el tema de la reforma política en vísperas de la elección presidencial. Todavía recuerdo que, cuando el senador Manlio Fabio Beltrones lanzó una “ley convocatoria” para promover una reforma de este tipo en 2007, a comienzos del sexenio, me declaré, una vez más, escéptico de que pudiera salir algún cambio sustancial de nuestro régimen político. 

En un artículo que escribí en aquel año, titulado “Me enferma la reforma del Estado”, declaré mi frustración y aburrición por los múltiples seminarios en esta materia que durante lustros se han organizado. Un desfile de “expertos” en “ingeniería institucional” que siempre terminaba en una carencia total de resultados concretos. En aquel artículo de 2007 profeticé que, aun con la “ley Beltrones” que obligaba al Congreso a discutir una reforma política, no se aprobaría nada sustancial porque los partidos, mientras puedan, mantendrán e incluso incrementarán el poder que tienen.

Modestia aparte, no me equivoqué. De aquel ejercicio, que por cierto costó muchos millones de pesos, lo único que salió fue una reforma electoral que, ¡oh sorpresa!, sólo fortaleció el poder de los partidos en México. No es que yo sea profeta. Lejos estoy de serlo. Simple y sencillamente, como dije en 2007, a lo largo de la historia de México, los grandes cambios políticos se han dado a consecuencia de crisis económicas o violencia política. Nunca ha salido una gran reforma del Estado como producto de un proceso de deliberación y debate civilizado de los actores políticos.

Tampoco es que yo esté en contra de una reforma política que mejore la representatividad y gobernabilidad de nuestras instituciones. Todo lo contrario. Desde hace muchos años vengo insistiendo en la necesidad de reformas como permitir la reelección inmediata consecutiva de los legisladores, autorizar las candidaturas independientes, simplificar los requisitos para la formación de nuevos partidos, eliminar los senadores plurinominales y bajar el número de diputados de este tipo, instituir la segunda vuelta e incluso, en el extremo, transitar hacia un régimen más parlamentario que presidencial. (…)

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