lunes, 26 de septiembre de 2011

Héctor Aguilar Camín. Día con día [Aterrizaje ]


Creía estar listo para morir sin vanidad, ni prisa ni protesta, pero no fue así durante la emergencia aérea del viernes pasado, cuando el avión de Interjet donde viajábamos Ángeles Mastretta y yo y Rafael Pérez Gay, no pudo aterrizar sino después de varios intentos en la ciudad de Chetumal.

Me dispuse a lo peor ese viernes cuando, por tercera vez, el avión hizo su acercamiento a la pista, dejó atrás las radiantes aguas de la laguna de Bacalar, envueltas en una niebla plateada y, ya con la nariz camino a tierra, fue alzado otra vez a las alturas por el piloto.

Una voz femenina dijo por el sonido que sabían cómo resolver el lío en que estábamos. A la exigente pregunta de un pasajero, que se dijo piloto y preguntó por el tren de aterrizaje, una azafata respondió, con eficaz vaguedad, que había un sonido en la compuerta izquierda.

El pánico estaba instalado desde hacía rato en el rostro de la pasajera que viajaba en el pasillo frente a mí, una hermosa gorda, morena, de bellas y delicadas facciones, cuyos ojos, abiertos como platos, miraban a todas partes.

La noche anterior Ángeles me había dicho, inusitadamente, pues no le da por ahí, que tenía un mal presentimiento. Nunca desoigo sus presentimientos porque, como mi tía Luisa, Ángeles tiene algo de adivina. (…)

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