viernes, 10 de diciembre de 2010

Del pueblo y los partidos



El Universal
Sección: Editorial
Género: Opinión
Publicación: 09 diciembre de 2010.
Autor: Luis Maldonado Venegas

Los partidos políticos tienen una historia milenaria. Ya en la Roma imperial del siglo I A.C. actuaban, entre otros, el partido popular, representante de la democracia, y el partido republicano, dividido en dos facciones: una que buscaba reorganizar la República en beneficio de los intereses populares (Tiberio Sempronio Graco), y la otra, que pretendía organizar la República en nombre de la aristocracia (Lucio Cornelio Sila). Un partido más fue el partido conciliador o "el partido de los hombres honrados", cuyo jefe era nada menos que Cicerón.

En la antigua Judea, de la misma época, los celotes se propagaron entre los pobres de Jerusalén, pastores y campesinos judíos, al abrigo de las contradicciones generadas entre Roma, los conquistadores y los habitantes de Judea, en tanto que otro partido, el de los fariseos, fue señalado siempre como calculador y miedoso. Jesucristo habría de llamarlos “hipócritas”. Los celotes no se andaban por las ramas; fueron considerados locos y fanáticos porque provocaban insurrecciones y siempre estuvieron dispuestos a la pelea. Cuando las autoridades romanas, más atentas a los intereses del Imperio que a las necesidades del pueblo sojuzgado, aumentaron la opresión, las mayorías judías se apartaron de la influencia de los fariseos y engrosaron el partido de los celotes.
Otros, los saduceos, que con los fariseos eran parte de la clase intelectual, aprovecharon la conflictiva época para hacer negocios con Roma, en tanto un partido más, los esenios, organizaban grupos económicos de defensa mutua en los poblados de Judea.

Antes y después de los partidos de la antigua Roma y de Judea, los partidos políticos se han reproducido por todo el planeta: nacen, crecen, entran en crisis, desaparecen y mueren. Pero en todos, particularmente en los más longevos, suele estar presente un denominador común: el interés del pueblo y de sus diversos sectores.
Hoy, más de 2 mil años después de la Roma imperial, el tema de las crisis de (y en) los partidos políticos se ha colocado en la palestra del debate público y se recrudece en vísperas de procesos electorales claves para cada país.

Algunos intelectuales apuntan diversos males sintomáticos de esa crisis, que incluso algunos no vacilan en señalar como irreversible: corrupción, desconfianza y desprestigio. Aunque a estos males habría que sumar los pecados seculares de la clase política: soberbia, arrogancia y ambición de poder, con excepciones honrosas que confirman…, etcétera.

Los más pesimistas auguran que los partidos están condenados a desaparecer para que sobre sus tumbas florezca la flor de la democracia. La democracia del pueblo, por el pueblo, para el pueblo. Es posible que ello suceda, en tanto los partidos, la clase política dominante, las instituciones, e inclusive los poderes fácticos, soslayen que en la base piramidal de la estructura del Estado está el pueblo.
El interés del pueblo, su universalidad, es elemento básico y elemental del Estado, priva por encima de todo el interés particular. Los tratadistas coinciden: no puede existir Estado sin pueblo, ni pueblo sin Estado. El pueblo, presente en el discurso ideológico y en el programático, en la propuesta. La clave es el pueblo.

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