viernes, 17 de diciembre de 2010

[Joaquín López Dóriga. En privado] ¿Feliz año 2011?


Se trata de pasar la vida con la razón en una mano y el corazón en la otra. Florestán
Está por terminar 2010, la primera década del siglo XXI, ya en pleno tercer milenio. Y cuando uno revisa estos 12 meses, ni primera década ni siglo XXI ni nuevo milenio: todo igual.

Los políticos son los mismos, los partidos no cambian, los discursos y los candidatos se repiten, las promesas no varían y su incumplimiento tampoco.

Hemos, pues, superado década, cruzado siglo e iniciado milenio, el tiempo se detuvo y quienes lo han detenido han sido esos hombres del poder que han podido más que la sociedad.

También cruzamos una era política, el fin del régimen priista y el arribo del panista, a partir de las expectativas que provocaron el cambio, que se presentó como transición quedando en simple alternancia, valiosa, pero corta, muy corta ante lo que se esperaba, siendo su mayor falla la incapacidad de gestión de gobierno y la falta de respuestas a esas ilusiones rotas.

En el camino quedaron las esperanzas, también rotas, que provocaron la decepción por el PAN y el resurgimiento de un priismo que, dirigido por los mismos, hoy se presenta como nuevo y diferente, en lo que ha tenido éxito, y no por lo que ha hecho, que no ha hecho mucho, sino por aquel desencanto.
Termina, pues, 2010 igual como inició.

Y estamos en la víspera de un año electoral marcado por el proceso en el Estado de México y el factor Peña Nieto, y la carrera por la sucesión presidencial, escenario que también domina ese mismo factor.
En el fondo queda, como siempre, una esperanza, otra: si los priistas están tan seguros, como lo están, de volver a Los Pinos en 2012, que aprueben las grandes reformas pendientes, hasta por cálculo político, pero que lo hagan a fin de pavimentar la gestión de la próxima presidencia que aseguran ya suya. (…)

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