lunes, 28 de marzo de 2011

[Ciro Gómez Leyva. La historia en breve] Salinas debe estar babeando


Una leyenda muy extendida entre perredistas y lopezobradoristas cuenta que Carlos Salinas de Gortari es el titiritero que jala los hilos de su muñeco Enrique Peña Nieto. Pues una de dos: o Salinas aprendió de su fracaso, o la leyenda es puro cuento.

El omnipotente Presidente de la República jugó una mala sucesión en 1993. Al nombrar a su delfín Luis Donaldo Colosio enfrentó, ipso facto, la rebelión del perdedor Manuel Camacho. Fue una maldición para Salinas. La desventura se posó sobre él. Se desplomó, apagó, acabó. Sobrevive sólo como leyenda.
Con las mismas reglas opacas de hace 18 años, Peña Nieto hizo lo que Salinas no quiso, supo o pudo hacer: cortarse el brazo derecho, reconocer que su delfín Luis Videgaray no era la carta de cohesión y éxito para lo que se avecina. Y en vez de solazarse en sus fortalezas, estudió su flanco débil.

Si el adversario lo ataca por representar a un grupo cerrado y elitista, si la machaca es que en 80 años no han cambiado, había que romperles el discurso y el esquema. Eruviel Ávila y Alfredo del Mazo tenían los números para ser candidatos y podían probar capacidad para gobernar. Pero el de Ecatepec no es del Principado, da una idea de movilidad, renovación, y simboliza la cultura del que viene de abajo.

Peña Nieto maniobró para que Del Mazo y Videgaray, los priistas viejos y los nuevos, los de aquí y los de allá, no se sintieran trampeados. Si en esta historia no hay un Camacho es porque no hubo un Salinas.
Parece que Peña Nieto actuó más como Manuel Ávila Camacho en 1945, o Miguel Alemán en 1951, que como Ulises Ruiz, Jesús Aguilar Padilla o el góber Marín en 2010.

Salinas debe estar babeando.

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