En un principio la nota se pierde en la avalancha cotidiana de información sobre homicidios y ejecuciones. Seis hombres y una mujer aparecen muertos por asfixia, amarrados de pies y manos y con señales de tortura en el interior de un Honda en Temixco junto a la carretera Cuernavaca-Acapulco. En el vehículo se encuentra una cartulina con un mensaje para las autoridades.
La reiteración de este tipo de hechos ha vuelto inmune a los periodistas, y quizá a buena parte de la población, sobre su sentido humano. La constante explicación oficial según la cual quien muere en esta guerra algo malo debe haber hecho ha penetrado en el inconsciente colectivo. Las víctimas no son solo víctimas de la delincuencia, sino también se convierten automáticamente en sospechosos de los peores crímenes.
Un poco más tarde la Procuraduría de Justicia de Morelos da a conocer los nombres de los ejecutados. Entre ellos se cuenta Juan Francisco Sicilia, un estudiante de 24 años hijo de Javier Sicilia, poeta sutil, católico, periodista de la revista Proceso, quien se ha distinguido también como activista comunitario.
Junto con Juan Francisco están los cuerpos de otro estudiante de 24 años, de una empleada de un hotel y de dos comerciantes. Todos fueron levantados de un bar cercano antes de ser torturados y ejecutados.
El contenido del narcomensaje no es dado a conocer por las autoridades. Pero se filtra que en él se acusaba a los jóvenes de haber hecho llamadas anónimas de denuncia sobre la operación de criminales a la comandancia de la 24ª zona militar.(…)
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