En los hechos, Andrés Manuel López Obrador ha estado divorciado del PRD desde 1999, cuando dejó de ser su dirigente nacional.
Ya en los inicios de su jefatura de Gobierno del DF anticipaba a sus correligionarios que la de 2006 por la Presidencia no sería una contienda entre algún candidato perredista (ni de cualquiera de los otros partidos de izquierda) y los del PAN y el PRI, sino que se batirían dos únicos bandos: liberales y conservadores.
A partir de entonces (y pese al fracaso del experimento de las “redes ciudadanas”, que más bien trabajaron contra el PRD), ha persistido en la construcción de un amplio frente nacional.
Por eso mismo jamás cultivó una relación camaderil con las dirigencias de Amalia García, Rosario Robles o Leonel Godoy; mucho menos con el chuchista interino Guadalupe Acosta, y ni qué decir con el “traidor” Jesús Ortega.
De facto, en los años recientes únicamente ha militado a favor del PT.
Quizá por todo esto se le olvidó que los estatutos del PRD no contemplan “licencias”.
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