lunes, 28 de febrero de 2011

[Héctor Aguilar Camín. Día con día] ¿Revolución árabe?



Crecí creyendo que la revolución era el triunfo violento sobre un régimen, en particular la derrota de su ejército, por un movimiento popular dueño de su propio ejército. Lo demás eran cambios de gobiernos o golpes de Estado.

Salvo en algunos confusos contingentes libios no veo en todo el horizonte de lo que la prensa llama “revolución árabe”, nada parecido a un ejército popular capaz de derrotar a los ejércitos de las monarquías, dictaduras y satrapías que han gobernado tantos años esos países.

Veo el emocionante contagio de una protesta democrática, muy similar en sus motivos y reclamos a los de los universitarios y manifestantes urbanos del 68 en Occidente.

Entiendo que la protesta es el inicio pero no el centro de la partida por el cambio. La partida se juega en la reacción de simpatía o rechazo que la protesta tiene en los ejércitos de cada país.

La defección del ejército en Túnez determinó la caída inmediata de Ben Alí. Una defección más compleja echó de su reino laico a Mubarak en Egipto. El ejército parece dividido en Libia, dejando a Gadafi con menos respaldo militar del esperado pero suficiente para, según él, ofrecer una batalla decisiva en Trípoli, luego de haber perdido el control de casi todas las ciudades mediterráneas de su país.
¿A todo esto, y al resto de las protestas en curso dentro del mundo árabe, hay que llamarle “revolución”? ¿O estamos sólo en una prueba mayor de las lealtades de los ejércitos hacia sus respectivos hombres fuertes?

Los cambios políticos vistos hasta ahora tienen más la facha de golpes militares con guantes de seda que el rostro incontenible de una revolución.

Los militares se ponen en huelga, desobedecen las órdenes de reprimir, se hacen eco de los reclamos de las multitudes, protegen sus manifestaciones en lugar de dispersarlas, y cambian de déspota rector, hartos ellos también de abusos, opresiones y falta de oportunidades.

“Sigan el dinero”, recomendaba el informante secreto de Watergate, el famoso Deep Throat a los reporteros que investigaban el caso.

“Sigan los fusiles”, habría que decir a los lectores que quieran entender el futuro de la “revolución árabe”.

(Es la recomendación, por cierto, de Moisés Naim, el director de Foreign Policy en su artículo reciente de El País: “Ni Facebook ni Twitter: son los fusiles”. 27/2/11).

Lo que vaya a suceder en el mundo árabe parece depender más de lo que hagan los ejércitos que de lo que hagan los manifestantes.

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