Mauricio Merino
El Universal
No habían pasado ni 24 horas desde que fueron investidos como presidente y secretaria general del PRD, cuando ya Jesús Zambrano y Dolores Padierna estaban ventilando agravios y diferencias en el noticiero matutino de Carmen Aristegui. La causa más visible de sus distancias es la alianza potencial con el PAN para las elecciones del Estado de México, pero lo cierto es que mientras más se confrontan sus principios, sus estrategias y liderazgos, más conflictos amenazan el futuro de la izquierda política del país.
No será fácil reconciliar las posiciones que separan a los dirigentes de ese partido —al que no lo reuniría ya ni un milagro, según la desencantada afirmación del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas—, pues en sus decires y en sus haceres hay una densa mezcla de rivalidades, historias y visiones del mundo que cuesta mucho separar aunque sea con propósitos analíticos. El pragmatismo de sus argumentos se trenza con una invocación tenaz a los principios de las izquierdas, tanto como con sus lealtades —o sus enconos— inquebrantables y casi religiosas hacia los líderes que los guían. Todo a la vez: la táctica de la siguiente batalla pegada al catecismo igualitarista y al nombre del héroe que ahora sí nos sacará del fracaso.
El problema es que la táctica, el catecismo y el héroe no son exactamente los mismos, aunque al escucharlos suenen muy parecidos y todos convivan bajo los mismos techos, como si fueran una familia disfuncional. Y más graves resultan las diferencias, en la medida en que la identidad propia de cada grupo se alimenta de su capacidad para hacerse notar a través de todos los medios posibles. Y es que, después de todo, si algo caracteriza la trayectoria de los militantes de izquierda es la ostentación de su valentía para enfrentar poderosos de toda índole, armados de convicciones intransigentes. La prudencia, la cautela y el gradualismo son vicios de las derechas y pretextos para traicionar a la historia. De modo que en el orden de prioridades, más vale perder un partido que perder un programa político.
Cuesta imaginar cuál será la salida de los conflictos que el propio PRD se ha colocado a sí mismo, para no romperse antes de las elecciones del 2012. Citando la segunda ironía exacta del fundador, habría que decir que la única que se tiene a la vista es entregarle el juguete a López Obrador para que lo gobierne como quieren sus partidarios: sin obstáculos, sin adversarios, sin resistencias, sin críticas —y más todavía: sin reacciones a los juicios de valor del líder supremo. No sólo la rendición total, sino la derrota moral y la renuncia a cualquier posición disidente. En esa lógica, Alejandro Encinas sería candidato al Estado de México —sin alianzas con la derecha— y López Obrador a la Presidencia.
Pero ya sabemos que para el nuevo presidente del PRD y sus aliados —que hoy forman la mayoría en las filas decisivas de ese partido— ese escenario es poco menos que intransitable, pues para ellos es mucho más importante impedir que el PRI regrese a Los Pinos y, mucho más, que lo haga montado en los caballos de Peña Nieto. Y con ese fin histórico en mente (si no fuera histórico no estaría en mente) están dispuestos a pactar hasta con el diablo si fuera preciso y, de paso, a librarse de las ataduras del líder inmarcesible que no los deja ni respirar.
En el camino, Marcelo Ebrard estuvo muy cerca de llevarse el gato al agua antes del desenlace improbable del fin de semana, pero ahora tendrá que volver a remar contra la corriente para tener un partido que sobreviva a la disputa por las candidaturas en juego. Es el drama opuesto al del PAN y al del PRI, donde todavía no sabemos a ciencia cierta quiénes serán los ungidos para sacarle provecho a las estructuras de sus partidos, mientras que en las izquierdas, en cambio, ya damos por hecho que López Obrador y Marcelo Ebrard serán candidatos, aunque todavía no sepamos qué partidos les sacarán provecho a esas candidaturas.
Dice la teoría que la debilidad de las instituciones formales es proporcional a la potencia de los liderazgos individuales. Y en un partido que nació de la suma de los distintos, agrupados por la convicción de los liderazgos que les dieron origen, será mucho más arduo remontar esa dinámica de fracciones atadas por nombres propios. Así que nadie debería felicitar a Zambrano por haber ganado la presidencia del PRD, ni tampoco a Padierna por haberle aguado la fiesta, pues nadie saldrá victorioso de ese desencuentro, excepto los enemigos de las izquierdas —que ya se relamen el resultado.
Profesor investigador del CIDE
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