Pemex podría ser un orgullo de los mexicanos. Es la mayor empresa de nuestro país y la cuarta productora de petróleo crudo en el mundo. También es la entidad que explota el recurso más valioso que tenemos los mexicanos, los hidrocarburos.
Sin embargo, Pemex es un ejemplo de todo lo que funciona mal en nuestro país. Es la única petrolera del mundo que pierde dinero, en buena medida producto de un irracional trato fiscal por parte del Estado que le quita más en impuestos de lo que gana. La paraestatal sufre además de un exceso de personal y de un laberinto de burocracia.
No sorprende que la producción de petróleo crudo de Pemex haya disminuido en los últimos años, que necesite importar gas, gasolina, petrolíferos y petroquímicos, que su nivel tecnológico sea bajo especialmente ahora que se enfrenta al reto de extraer petróleo de fuentes no convencionales como las aguas profundas del Golfo de México o las zonas rocosas de Chicontepec.
El problema no es de los técnicos o de los trabajadores de Pemex sino de la estructura que el gobierno le ha impuesto a la industria petrolera mexicana. Pemex no sólo es un monopolio, es un monopolio asfixiante.
En otros países del mundo los ciudadanos son dueños de los hidrocarburos, como en México, pero el recurso no se entrega a monopolios burocráticos. En Canadá, los habitantes de cada provincia son dueños del petróleo y del gas, pero no hay una empresa estatal que los explote en exclusividad.
Los gobiernos provinciales concesionan zonas de explotación y reciben derechos por los hidrocarburos, con lo que aseguran un ingreso para los ciudadanos sin arriesgar dinero en una actividad muy especializada.
En Noruega, Statoil, una empresa del Estado, produce petróleo y concesiona producción a otras firmas, pero además guarda los ingresos petroleros en un fondo de pensiones para los ciudadanos noruegos de hoy y del futuro en lugar de gastarlos en el presente.(…)
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