martes, 1 de marzo de 2011

[Héctor Aguilar Camín. Día con día] La gloria de Melville



La vida de Hermann Melville, dice su extraordinario biógrafo literario Andrew Delbanco (Melvillle. His World and Work. Knopf, 2005) es la de una “historia simétrica de triunfo artístico y fracaso público”.
Melville muere en 1891 en el olvido literario de sus contemporáneos, no habiendo ganado con sus libros más allá de unos 10 mil dólares.

Su renacimiento o nacimiento como autor inmortal empieza treinta años después de su muerte con la publicación de Moby Dick en la serie Oxford World Classics. En 1921 D.H. Lawrence lo reconoce como un contemporáneo, “un autor de vanguardista anterior a la vanguardia”. Para ese momento parece un precursor de Joyce, una anticipación de la literatura moderna: ambulatoria, digresiva, polifónica: “Profeta de la Era del Jazz”.

En 1927, E.M. Forster también escucha en Moby Dick una “canción profética”, pero de otro tipo: de los tiempos de odio que se ciernen sobre Europa. Lewis Mumford ve en Ahab a un hombre que “luchando contra el mal se convierte en el mal mismo”.

Para los años 40 es imposible no ver en Ahab una metáfora de los grandes tiranos mesiánicos el siglo XX: Franco, Hitler, Stalin, Mussolini, Mao, y sus émulos menores.

Para mediados del siglo XX, Melville es ya un clásico estadunidense, un autor fundacional del tamaño de Walt Whitman o Mark Twain, y a la vez un autor moderno, el Dostoievski estadunidense, capaz, dice Delbanco, de tener una profunda resonancia moral sin ser un moralista.

Siguen las décadas de la universalización de Melville, décadas en la que es, sucesivamente “el mito y el símbolo” de todas las modas: “El Melville contracultural, el Melville antibélico, el Melville ecologista, el Melville gay o bisexual, el Melville global” (Delbanco).(…)

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