viernes, 18 de marzo de 2011

[Héctor Aguilar Camín. Día con día] Poder y mesura



Algunos buenos lectores de esta columna han leído la del martes pasado (“La obsesión electoral del Presidente”, 15/3/2011) como una invitación a rendirse sin pelear en las elecciones de 2012.
Mi reflexión no es en el sentido de rendirse. Sugiero sólo que el costo de los triunfos forzados puede ser mayor que su beneficio. Lo fue para Carlos Salinas en 1994 y, añado ahora, para José López Portillo, en 1981-82.

Si López Portillo hubiera aceptado en junio de 1981, con la caída de los precios del crudo, el fin de la abundancia petrolera, podría haber cortado el gasto y entregado el país con una economía estable.

Pero tenía un candidato que destapar a fines de 81 y debía garantizar su triunfo en julio de 1982. Acuñó la frase: “Presidente que devalúa, se devalúa”. Por tanto, no amarró el gasto público en las vacas flacas, sino que siguió comprando vacas hasta sumar un déficit de 16 puntos del PIB.

El presidente Calderón no tiene el poder que tenían López o Salinas. Es un presidente acotado por la democracia, pero sigue siendo el mayor poder de la República.

Es una república democrática, menos tolerante al abuso de poder de lo que era en aquellos tiempos. El poder presidencial de hoy no sólo es menor en términos absolutos, sino también en términos relativos: vive en un entorno más atento y menos tolerante a sus excesos.

El riesgo de Calderón no es desfondar la economía, sino sobrecalentar la política, dejar de ser visto por los competidores como presidente y empezar a ser visto sólo como contrincante.

Los presidentes pueden y deben usar el poder que tienen para hacerlo crecer y para contener el de sus adversarios. No hay política más catastrófica que la de no ejercer el poder que se tiene. El poder devora a quien, teniéndolo, no lo usa.(…)

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