jueves, 3 de marzo de 2011

La chispa que encendió la hoguera



El Universal
Género: Opinión
Publicación: 3 de marzo  de 2011 
Autor: Luis Maldonado Venegas

Mohamed Bouazizi, modesto vendedor de fruta, era un joven tunecino que soñaba con comprarse una camioneta y ampliar el negocio en su natal Sidi Bouziz, pueblo perdido en la geografía de Túnez, según el emotivo reportaje que sobre el caso escribió Juan Miguel Muñoz para el diario El País, el pasado 23 de enero.

El 17 de diciembre último, después de que un policía lo humillara en público y le retirara el permiso para vender fruta, “desesperado, frustrado, sin horizontes, se echó encima un bidón de gasolina y se prendió fuego” frente a un edificio público de su pueblo. Víctima de las quemaduras sufridas, Mohamed murió el 4 de enero, pero su inmolación ya había desatado una rebelión que condujo, sólo diez días después, a la caída del presidente de Túnez, Ben Alí, quien llevaba 23 años en el poder.

Premonitorio, Juan Miguel Muñoz escribió: “Así empezó todo. Así estalló la revuelta popular que ha derribado la dictadura de Zine el Abidine Ben Alí y ha cambiado de golpe el mapa político de Túnez... Y quién sabe si también el porvenir de algún otro país”.

En efecto, la chispa que encendió la hoguera saltó no a otro país, sino a buena parte del mundo árabe. En Egipto, una rebelión popular de 18 días, obligó el 11 de febrero a Hosni Mubarak, a poner fin a una dictadura de 30 años; en Yemen, la rebelión es contra Alí Abdallah Saleh, en el poder desde hace 32 años; en Libia, la insurgencia social es contra Muammar al-Gaddafi, omnipotente jefe de gobierno desde 1969; en Bahréin, la rebelión exige el fin de la monarquía suní, que encabeza el jeque Hamad bin Isa al Jalifa; en Irán, miles de manifestantes exigen la renuncia de un régimen surgido hace 32 años de la revolución islámica, encabezado hoy por Ahmadineyad.

Revuelta, rebelión, guerra civil. Los análisis mediáticos califican estos hechos en relación directa con su magnitud. Los estallidos sociales giran en torno a la injusticia, corrupción, pobreza, nepotismo, desempleo y falta de democracia. Miles y miles han salido a las calles sin más armas que su dignidad y sin más exigencia que la libertad. No hay postulados islamistas. Grupos grandes y pequeños de la oposición fluctúan entre extrema izquierda y aun los monarquistas.

A través de los medios, el mundo sabe cómo ha evolucionado esta movilización social. Pero me atrevo a decir que nadie podría aventurar hoy en qué va a parar. Más todavía cuando las multitudes radicalizan sus exigencias a medida que aumenta la represión. Una de las incógnitas que inquietan al mundo occidental es: después del qué y del cómo, de vital importancia es saber el quién o quiénes. Las revoluciones, guerras civiles, por sí solas no producen democracia, empleos, bienestar, justicia. Son la vía violenta para forzar el cambio, con elevado e indeseable costo de vidas humanas. Pero sin cauce institucional, sin liderazgos legítimos y racionales, corren el riesgo de quedarse sólo en un doloroso y sangriento estallido. Lo que sí está claro es que los pueblos árabes se están haciendo escuchar.

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