lunes, 14 de marzo de 2011

[Miguel Ángel Granados Chapa. Plaza Pública] La iniciativa Beltrones


La propuesta de reforma hacendaria presentada el jueves por el senador Manlio Fabio Beltrones, en nombre propio y de la bancada que encabeza, es digna de consideración en sus propios términos y por contraste con intentos previos de mejorar los ingresos del Estado mexicano.

Parte de principios elementales que, sin embargo, han quedado al margen de la discusión anual de los documentos en que se sustentan las finanzas públicas, debate insuficiente porque la premura a que sujeta al Congreso el calendario legislativo hace que se imponga lo urgente sobre lo importante, en un permanente aplazamiento de lo relevante.

Ahora estamos lejos del noviembre en que suelen naufragar propósitos de dotar al país de una estructura fiscal acorde con sus posibilidades y sus requerimientos. Hay un amplio consenso respecto de las dimensiones de la reforma necesaria, y el documento presentado por Beltrones es, por sí mismo, una magnífica pieza para la discusión en la calma primavera legislativa y no en las prisas otoñales.

En lo que parece una contradicción y un gesto audaz, y no es más que la aplicación de la sensatez política a un problema cada vez más acuciante y trascendente (tanto que fue aludido en Washington por la secretaria de Estado, Hillary Rodham Clinton, al hablar de la seguridad mexicana y el apoyo que reclama de Estados Unidos).

Se trata de reducir el monto de diversos impuestos y aun de suprimir otros y no obstante lograr una mayor recaudación. La clave, nada enigmática de la propuesta, consiste en ampliar la base de contribuyentes y generar una espiral dinámica en condiciones tales que al mismo tiempo que disminuya el mercado informal (porque haga atractivo fiscalmente participar de la formalidad) deje en manos de los contribuyentes recursos aplicables a la inversión y el gasto privados, motores de una expansión que a su vez sea fuente de nuevos empleos de donde resulten consumos menos magros que los observables hoy en día.

Se trata, además, de mirar no sólo el ámbito de los ingresos sino el del gasto público, con objeto de que los mayores recursos presumiblemente obtenidos no se atoren en los entresijos de la programación ineficiente o dolosamente ejercida.(…)

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