martes, 1 de febrero de 2011

[Héctor Aguilar Camín. Día con día] ¿Tenemos elecciones limpias?



Continúo el diálogo con Federico Berrueto sobre la confiabilidad de nuestras elecciones. Dice Federico que sólo hemos tenido “un solo caso de transición de poder nacional en términos de normalidad política”: la del año 2000.

Federico aclara que el factor determinante es si el presidente en funciones se entrega o no a la “tradición autoritaria de cargar los dados desde el poder presidencial. ... La cuestión es si se va a permitir que el presidente haga de su investidura medio para favorecer a un precandidato, primero, y después a su partido”.

Fox hizo eso en la elección de 2006, según Federico, y por eso esa elección está bajo sospecha.
¿Dependemos entonces de que el presidente no se meta para definir la calidad de nuestras elecciones?
¿Todo el andamiaje construido en estos años, incluyendo las prohibiciones al presidente de meterse, penden del hilo de la voluntad de abstinencia política presidencial?

Si es así, tenemos que empezar de nuevo, porque hemos dejado intacto el corazón mismo del problema que queríamos resolver: que no decidiera el presidente, sino nosotros.

Ahora bien: ¿pueden no intervenir los presidentes en las elecciones de su partido y luego de la nación? ¿Es humanamente pensable y políticamente exigible que el líder de la política nacional no haga política nacional durante las elecciones?

No lo creo. Lo crucial es que no use ilegalmente recursos del Estado para influir en la elección. Pero eso está prohibido de sobra en la legislación electoral mexicana.

¿No sirve entonces esa legislación? ¿No se cumple? ¿Depende en su cumplimiento de la buena voluntad del presidente? ¿El presidente puede influir decisivamente en la elección, hacerla como quiere?
Si es así, debemos empezar de nuevo, porque no hemos resuelto lo esencial.

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